miércoles, 13 de junio de 2018
martes, 12 de junio de 2018
Premio Javier Tomeo - Categoría Comarcal - Ganador
Te emperraste en que no bajara a la mina. Era tu
manera de salvarme, de salvarte. Como si el cemento y los ladrillos no
rompieran las espaldas, igual que el pico y la pala, como si el andamio no
tuviera tratos con la muerte. Te creías indestructible, tu, que cada día que
cogías en morral con la comida, era como si te despidieras de nosotros, como si
no hubieras de salir del agujero. ¿Te resultaba emocionante acaso volver
renacido, sentirte el héroe cuando te recibían con caras de alivio? También tú
podías haber preferido ir a la obra en lugar de enterrarte en ese infierno
negro. Da por sentado que madre sufría lo que nunca podrías soportar, quedar
sola, y yo, quedar solo con responsabilidades que no me corresponderían. Ya sé
que nada tiene sentido sino el que nosotros damos a las cosas. Sé que, ahora
que sales de la mina, me toca entrar a mí, no hay otra opción, si quiero
salvarme, salvarte.
Premio Javier Tomeo - Categoría Infantil - Accésit
“Ávila es
para mí como mi madre, a la que perdí allí cuando tenía cuatro años”. Desde
entonces vivo con mi padre, en una vieja casucha a orillas del Adaja. No voy al
colegio pero todos los días me acerco al molino de enfrente a jugar con las
palomas. Mi padre no lo sabe y os pido que no se lo contéis. Mi paloma favorita
es una de plumas blancas y patas rojas. Ella es la que todas las tardes hace
llegar a mis manos cartas de parte de mi madre. Ella las dejó guardadas en
nuestra antigua casa, una por cada día del año. Todos los días, “Mamá Alpiste”,
mi paloma preferida, se cuela por una ventana rota y coge una de ellas. Yo la
espero ansiosa junto a la ventana del molino mientras veo las aspas pasar delante
de mí. Me encanta que me quede un trocito de mi madre, a pesar de que esté
muerta. Este es mi mayor secreto, por favor, no lo contéis.
Premio Javier Tomeo 2018 - Categoría Infantil - Ganador
En una aldea llamada Ertolia en Australia, una pequeña
niña de nombre Anabeth jugaba con unos chicos, cuando se percató de un
movimiento en el bosque prohibido. Se adentró con cuidado armada con un palo,
de repente oyó una voz:
–¡Anabeth, vuelve aquí!
Se dio la vuelta y le contestó a su madre titubeando:
–Lo… lo siento. Había algo ahí, en el bosque.
–Serán imaginaciones tuyas. Ya sabes que tienes mucha
imaginación.
Pero no la creyó y esa misma noche se adentró otra vez en
el bosque. Esta vez con una escopeta de su padre. Otra vez ese ruido. Como
pasos, pero más grandes y más fuertes. De repente empezó a oler a quemado y oyó
un resoplido. Se dio la vuelta lentamente y entonces lo vio: un dragón del
tamaño de una de sus casas de largo y de ancho como cinco niños de su edad.
Gritó. Volvió a la aldea gritando todavía:
–¡Un dragón, un dragón!
Su madre la vio corriendo con la escopeta en la mano y fue
diciendo hacia ella:
–Te dije que no entraras en ese bosque… pero…
De repente se percató de que en los ojos de la niña había
miedo, mucho miedo. Suavizó un poco la voz:
–¿Qué ha pasado?
–¡Un dragón!
Al día siguiente todo el pueblo fue al bosque prohibido.
Ahí buscaron al dragón para darle caza. Lo encontraron, asustado, dentro de una
red. Anabeth se le acercó con un puñal y para la sorpresa de todos, cortó las
cuerdas. El dragón emitió un rugido, suave, como diciendo gracias, y la niña le
dejó ir. Al percatarse de que todo el pueblo la estaba mirando, dijo:
–¿Qué? Al verlo así, tan asustado, me ha recordado a mí.
Datos personales del autor:
Premio Javier Tomeo 2018 - Categoría Juvenil - Accésit
A usted Señor Espejo, por sentirse el más sabio de todos. Por observar todo
con esos invisibles aunque gélidos ojos que dan rienda suelta a una
estereotipada sociedad. Que solo busca el placer que le da observar las
lánguidas lágrimas que por el rostro caen a aquellas personas que se refugian
en él. Que destruye la felicidad y que le cuesta reconocer que solo es un
objeto.
A usted, que deja y ve morir a los suicidas. Que observa y refleja crímenes
con su fría inmunidad hacia dichas situaciones. Por ser rey del narcisismo.
A usted Señor Espejo, por limitar la creatividad y forjar cadenas de
esclavitud. Que moldea guerras. Por reírse de los pobres. Que le gusta que le
observen durante horas y criticar sin pensar en los otros; solo en sí mismo.
Sí, a usted es al que hablo; que deseo que se pudra. Que seamos nosotros
los que le lancemos escupitajos en vez de al revés, que le golpeemos con palos y
piedras. Que lo hagamos mil pedazos y que nos liberemos de las esposas para
que, por una vez por todas seamos libres de hacer lo que queramos sin
preocuparse por el qué dirán.
Premio Javier Tomeo 2018 - Categoría Juvenil - Ganador
África temblaba como nunca antes
lo había hecho. Las manos entumecidas, el rostro surcado por las lágrimas, la
boca entreabierta tratando de balbucear algunas palabras de auxilio...
Todo en ella era un grito de
terror, una llamada desesperada.
Y, sin embargo, nadie se dignaba a
ayudarla.
No era la primera vez que ocurría
algo parecido. Llevaba siendo así desde hacía tanto, tantísimo tiempo que ni
siquiera era capaz de recordar cómo había comenzado.
No recordaba nada, en realidad.
Había dejado su mente en blanco.
Únicamente se centraba en su pulso
acelerado, su respiración agitada, la ansiedad recorriéndole las venas hasta
impregnar su interior de aquella angustia que tan poco soportaba.
Y ahora...
Todo temblaba.
El humo teñía el cielo de un gris
sobrecogedor. Un gris que anunciaba la llegada del fin, que transformaba el
sueño en pesadilla y la pesadilla en realidad. Había algo que le aterraba. Algo
de verdad. De ignorancia, de «mejor nos damos la vuelta, que así no vemos
nada», de la injusticia alzándose como la bandera.
Pero África no podía hacer nada.
Tan solo sollozar, agazapada en un
rincón, y rezar para que terminara lo antes posible.
La décima bomba cayó sobre el
continente.
Y África tembló de nuevo.
Premio Javier Tomeo 2018 - Categoría General - Accésit
Había el mismo ambiente de todos los funerales:
lágrimas, tristeza, ese abrazo esperado, la predominancia del color negro, en
fin. En una de las sillas frente al féretro, Luis del Bosque yacía con el dorso
inclinado hacia adelante, con los codos apoyados sobre sus piernas y con la
cabeza descansando entre sus manos, de modo que le ocultaba su dolor al mundo.
Pero todo cambió cuando todos los presentes enfocaron sus miradas hacia al
dolido Luis del Bosque cuando, éste y con emoción exagerada se levantó de la
silla y grito: “¡gol!”. La viuda lo miró durante un instante e indecisa comenzó
a acercarse. El murmullo de los presentes no tardó en pronunciarse, adelantaban
para sí lo que se sería esa inminente recriminación, el regaño, la cantaleta,
el justo reproche. Cuando estuvo frente a Luis del Bosque, buscó en su oreja el
diminuto audífono y lo acercó a su oído. El narrador aún elogiaba la ingeniosa
jugada, el magistral pase, la impecable anotación del equipo azulgrana. La
viuda chasqueó la boca, devolvió el audífono y con la voz suave, calmada se
dijo así misma: “¡maldita sea!”.
Premio Javier Tomeo 2018 - Categoría General - Accésit
Presumo de tener toda la paciencia. Desconozco las prisas. Solo deseo que
quien me tome en sus brazos, lo haga porque de verdad le gusto, y que me ame,
cuide y malcríe. Yo me entrego por completo, puedo proporcionar agradables
ratos de placer; ser ardiente, sensual, violento o pacífico. Lo cierto es que,
quien me acabe poseyendo, experimentará sensaciones inimaginables.
Me encantan las caricias y los halagos, que me hagan lisonjas, me ensalcen,
me pongan por las nubes, pero si esto no se produce, tampoco pasa nada; ya
llegará mejor ocasión. Aunque estoy de acuerdo con eso que dice que "la
verdadera belleza está en el interior", el exterior también resulta ser
importante, por desgracia. Es igual que los buenos platos, que, por exquisitos
que sean, tienen que entrar primero por la vista. O los vinos, que, antes de
llegar al paladar, deben pasar también por la aduana del olfato. Soy capaz de
disparar la fantasía de cualquiera y que acudan a la mente amores, lances y
aventuras imposibles.
Pese a todo, sé que soy bastante desconocido, pero tengo vecinos y
amigos muy principales y famosos. Todos somos del mismo gremio, estamos de
acuerdo y nuestro pensamiento es el mismo. Llegamos a la conclusión de que
mientras no haya nadie que nos aprecie de verdad, mejor nos quedamos, aunque
sea cubiertos de polvo, tan ricamente en nuestras estanterías.
Premio Javier Tomeo 2018 - Categoría General - Ganador
Mi padre nos abandonó
cuando yo aún no había nacido. Mamá, sin embargo, nunca me transmitió la
impresión de que le guardara una pizca de rencor, nunca me contagió de la pena
o de la angustia o de la rabia que pudiera sentir, muy al contrario, siempre me
lo describió como un tipo educado, extremadamente íntegro, tan bueno que todos
los vecinos con frecuencia decían de él que tenía un corazón de oro.
–Lo empeñó en el Monte
de Piedad para que pudiéramos comer – solía repetir mi madre - y, claro, a los
pocos días tuvo que marcharse de casa. Y es que ya se sabe que los hombres
descorazonados no están hechos para vivir en familia.
Aquella historia
fantasiosa y recurrente se perdió durante años en la bruma de mi pasado, y sólo
he vuelto a recordarla hoy, al ver en el catálogo de la subasta un colgante de
oro con forma de corazón. Estoy seguro de que he pagado por esta joya mucho más
de lo que vale pero, ¿qué otra cosa podía hacer?
Cuando me la han
entregado he creído notar que temblaba entre mis manos, como un pájaro con las
alas rotas, y después, en la residencia, han sido mis dedos los que han
temblado al colocar el corazón alrededor del cuello de mi madre.
–Es el de papá – le he
dicho.
Y entonces ella me ha mirado,
y ha sonreído levemente, como si me reconociese, como si se estuviera dando
cuenta de que al fin, por primera vez en toda nuestra vida, estamos los tres
juntos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)