Presumo de tener toda la paciencia. Desconozco las prisas. Solo deseo que
quien me tome en sus brazos, lo haga porque de verdad le gusto, y que me ame,
cuide y malcríe. Yo me entrego por completo, puedo proporcionar agradables
ratos de placer; ser ardiente, sensual, violento o pacífico. Lo cierto es que,
quien me acabe poseyendo, experimentará sensaciones inimaginables.
Me encantan las caricias y los halagos, que me hagan lisonjas, me ensalcen,
me pongan por las nubes, pero si esto no se produce, tampoco pasa nada; ya
llegará mejor ocasión. Aunque estoy de acuerdo con eso que dice que "la
verdadera belleza está en el interior", el exterior también resulta ser
importante, por desgracia. Es igual que los buenos platos, que, por exquisitos
que sean, tienen que entrar primero por la vista. O los vinos, que, antes de
llegar al paladar, deben pasar también por la aduana del olfato. Soy capaz de
disparar la fantasía de cualquiera y que acudan a la mente amores, lances y
aventuras imposibles.
Pese a todo, sé que soy bastante desconocido, pero tengo vecinos y
amigos muy principales y famosos. Todos somos del mismo gremio, estamos de
acuerdo y nuestro pensamiento es el mismo. Llegamos a la conclusión de que
mientras no haya nadie que nos aprecie de verdad, mejor nos quedamos, aunque
sea cubiertos de polvo, tan ricamente en nuestras estanterías.
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